sábado, 7 de marzo de 2015

ESTIMADO MANUEL RIVAS:



Por desgracia, ni usted ni yo somos Marcel Proust . Con esta frase acabaría para mí tan divertida y estimulante (parece que usted aplica otros adjetivos al respecto) polémica sobre la, hay que reconocerlo, enorme coincidencia formal y conceptual entre su columna del sábado 28 de febrero titulada El ABRAZO y el poema BIPEDESTACIÓN que da título a mi primer libro.  Si esto se lo contamos a cualquiera, tengo todas las de perder, claro. Incluso a mí me resultaba al principio un atrevimiento poder polemizar con el mismísimo señor que firma contraportadas en El País, a mí, a un aspirante del subsuelo de la literatura. Pero a lo largo de la semana los acontecimientos me han ido haciendo crecer en el convencimiento de mis actos, me han ido envalentonando, como se suele decir. ¿Usted ya nació teniendo éxito? A lo mejor sí, pero comprenderá que para alguien que vende 250 ejemplares de su primer libro es una enorme emoción que en un periódico de tirada nacional, bajo el paraguas de una pluma tan reconocida como la suya, se llegue a una idea tan sumamente común. Cuando una amiga que conocía mi libro me escribió contándomelo, yo rápidamente me fui al periódico, que llevaba todo el día encima de mi mesa, y me leí su columna.

Usted: “El ser humano se irguió por primera vez para abrazarse”.

Un servidor: “...el hombre, en su evolución, / había llegado a ella / para el abrazo”.

A “ella” se refiere al concepto de la bipedestación, que es como se titula el poema que con esos tres versos termina. Alucinante. El jugador de regional ha metido exactamente el mismo golazo (porque, señor Rivas, hay que reconocer que el gol, bonito es) que todo un Messi. ¿Cuál es su hipótesis de todo esto? Ya la ha dicho en las redes sociales y eso es lo que ha ido ensombreciéndolo todo, si me permite. Porque su primer mensaje en twitter es bastante desalentador para un escritor que inicia sus, todavía, tímidos pasos.

Usted: “No tenía ni la menor noticia de ese libro que me citas. Un abrazo”.

Le cogemos el guiño final con el “abrazo”. Pero no hacía falta enterrar tanto a mi pequeño (pero matón) libro con un No, un Ni y un Menor en la misma frase…  Porque, efectivamente, eso es lo que, con mayor probabilidad, haya ocurrido: que a sus manos no haya llegado mi libro jamás. Parece en su mensaje como si lo quisiera dejar indudablemente claro. Lo consiguió sin duda. Mi hipótesis de todo esto coincide con un cuento de Cortázar de su Historia de cronopios y famas en el cual, en una reunión de un comité internacional ficticio, de repente tienen que elegir a seis representantes para dicho comité y, maravillas de la casualidad, todos responden al nombre de pila “Félix”, por lo que se forma un revuelo de aúpa. Estas cosas ocurren, supongo. Hay que reconocer que los comentarios que se han ido hilvanando en twitter alrededor del cruce de mensajes entre usted y yo han sido en alguna ocasión algo vehementes. Pero usted ha entrado al trapo de una manera, tiene que reconocerlo, bastante decepcionante para todos con su segundo mensaje.


Un servidor: “Gracias por su respuesta. Si quiere se lo envío donde me diga y así se hace una idea de la coincidencia”.

Usted: “Leeré su libro con interés. Sobre el abrazo, también me gustaría que usted leyera El lápiz del carpintero (1998). Gracias”.

                           
         Hay que reconocer que al menos en la portada, de Gontzal Largo, ganamos.





 Maravillosa cordialidad que ahora ya se mueve en el “usted”. Yo digo "coincidencia", jamás "plagio". Dios me libre. Pero señor Rivas, todo el mundo tiene El lápiz del carpintero en casa, claro que sí, todo el mundo ha visto la peli en Versión Española. (Yo tengo que reconocerle que no lo he leído, aunque estuve mucho tiempo enganchado con su ¿Qué me quieres, amor?, libro al que todavía le tengo mucho respeto y cariño). Y, por el contrario, de la Bipedestación (y otros conceptos antropomorfos), todavía Spielberg  no se ha pronunciado al respecto. No le será tan fácil encontrar mi libro si efectivamente lo busca. Pero esa era la primera intención de todo esto, que mi libro diera un salto tan grande hasta unas manos tan cualificadas en el oficio como las suyas. Imagínese que le hubiera pasado algo así con su primer libro. Así que, reconozcámoslo, esto no debería haber ido por donde ha ido. Y le pido perdón si en algún momento se ha sentido incómodo con la situación. Porque la casualidad es enorme y, por qué no decirlo, emocionante y creo no se ha dado cuenta con honradez, desde su altura literaria, de que  un jugador de regional ha metido un gol exactamente igual al suyo y en vez de jugar a la cordialidad con el amateur que empieza ha jugado al “yo más, yo antes”. Y no olvide que, por desgracia, ni usted ni yo somos Darwin.